¿Una
Nueva Constitución para Chile?
Patricio
González
Nov.
2019
Siendo
éste un tema altamente complejo, es de suma importancia su discusión
y búsqueda de solución. En primer término, debe señalarse que el
Estado es la estructura que se da la clase dominante para subyugar a
la clase explotada.
Lenin,
en su obra El
Estado y la Revolución,
señala “El Estado es producto y manifestación del carácter
irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en
el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de
clase no pueden, objetivamente, conciliarse.”1
El
Estado capitalista, que rige el modo capitalista de producción, se
manifiesta de diversas formas en su superestructura política:
república (presidencial, parlamentarista, unitaria, federalista,
entre otras), diversas formas de dictadura, monarquías, etc., lo que
se expresa en diversos regímenes de gobierno. En ese contexto, se
rigen por las llamadas Constituciones
Políticas.
Si
bien es cierto que ya en la antigüedad hay atisbo de este concepto,
hace solo unos mil años atrás que se conocen textos más generales
(Inglaterra 1215 y otros reinos de la época), pero recién con las
revoluciones burguesas y la irrupción del capitalismo toma el cariz
actual. En ellas se establece el llamado “estado
de derecho”
con la llamada división de poderes (Ejecutivo, Legislativo,
Judicial). Su único fin es establecer un cuerpo de leyes jurídicas
bajo el marco de la Constitución, con el cual se garantizan algunos
derechos de las personas y se establece un marco de funcionamiento,
el que debiese ser teóricamente respetado por todos, alcanzando así
una “democracia”, la que en última instancia está al servicio
de la clase dominante en desmedro de la clase oprimida. Entonces,
reiterando, la Constitución Política debe entenderse como la ley
jurídica madre, la “Carta Magna”, impuesta por la clase
dominante, donde, bajo su manto, se legislan diversos cuerpos de
leyes, que regulan variados aspectos de la sociedad.
Por
tanto, en una sociedad dividida en clases, como es nuestra sociedad
capitalista cualquiera sea la Constitución Política, ésta tiene
como principal objetivo mantener el status quo, es decir, garantizar
la explotación de la clase explotada por parte de la clase
dominante. Sin perjuicio de lo anterior, ésta podrá tener algunos
ribetes más represivos o más “democráticos”, dependiendo de la
correlación de fuerzas, del estado de ánimo y grado de
combatividad de las masas, etc., pero nunca perderá su carácter de
clase.
Ese
grado de libertades estará también en directa relación con el tipo
de gobierno que se establezca. No debemos olvidar que la actual
Constitución, que rige en nuestro país, fue dictada bajo la
dictadura más sangrienta y brutal que se haya dado en Chile, férrea
defensora del modelo económico neoliberal y del gran empresariado,
la cual todavía se mantiene vigente en sus elementos más esenciales
(los llamados “candados”), los que debiesen ser erradicados en
una nueva constitución.
El
actual momento político que vive el país indica que la Revolución
Socialista no está a la vuelta de la esquina. Que aún se requiere
un gran despliegue orgánico, político e ideológico que permita
construir un gran movimiento de masas, que genere un cambio muy
grande en la correlación de fuerzas, que permita avanzar hacia el
socialismo en un futuro más o menos lejano.
El
gran desafío hoy día es profundizar la lucha por la libertad, por
la “democracia”, que permita alcanzar reformas que satisfagan
algunas de las múltiples necesidades insatisfechas de la población
y que permitan, además, subir el grado de organización y de
combatividad de la clase obrera y de las masas populares.
El
gran movimiento social, que irrumpió a mediados de octubre, muestra
el grado de disconformidad que refleja el cómo se ha gobernado en
los últimos decenios, independientemente de cuál era la fuerza
política partidaria que ejercía el gobierno. Señala también cómo
los diversos sectores sociales han ido reaccionando ante la necesidad
de realizar cambios.
Más
allá de la masificación de estos movimientos, del apoyo que han
recibido y de lo que se ha avanzado, muestra signos de espontaneidad,
no obedeciendo mayormente a corrientes políticas o a algún grado
mayor de organización. Dicho en palabras simples, no ha habido
partido político alguno que haya podido liderar el movimiento y que
haya podido estar a la altura de los acontecimientos. Si bien hay
propuestas sectoriales diversas, no se vislumbra una dirección única
coherente, que permita conducir al movimiento en forma más exitosa.
Esa
espontaneidad es peligrosa en sí mismo para el movimiento. Puede
terminar en un desgaste de éste, en su debilitamiento y finalmente
en su extinción, especialmente cuando otras fuerzas (partidos
políticos) socialdemócratas y socialcristianas, oportunistas,
intentan tomar la representación del movimiento y negocian con el
gobierno algunas medidas, donde se tratan tantos posibles cambios,
que al final no cambia nada (el “gatopardismo”).
Las
fuerzas de izquierda, revolucionarias, deben generar acciones que
impidan aquello. Para ello se debe desplegar un gran trabajo para
generar una fuerte alianza de clases, donde la clase obrera juegue un
rol fundamental, debe darse un intercambio profundo de opiniones
políticas, pero respetuoso y teóricamente fundamentado, de manera
de lograr consensuar medidas que permitan realmente una
profundización en los cambios planteados. Por lo mismo, va
adquiriendo una mayor importancia la lucha de ideas en nuestra
sociedad. Eso conlleva a que el fortalecimiento político e
ideológico de los militantes de izquierda pasa a primer plano como
tarea prioritaria. Se trata de entender el nuevo cuadro político
generado en estos años y la importancia de las alianzas de clases
que se deben configurar, que permitirán avanzar en profundizar la
democracia y crear condiciones para futuros cambios revolucionarios
más profundos y estructurales.
1Lenin,
El Estado y la Revolución, pag. 28-29, Fundación Federico Engels
Primera edición: septiembre de 1997 Segunda reimpresión: mayo 2009
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