C. MARX Y F. ENGELS.
MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA
PREFACIO A LA EDICIÓN ALEMANA
DE 1872.
La Liga de los Comunistas [2],
asociación obrera internacional que, naturalmente, dadas las condiciones de la
época, no podía existir sino en secreto, encargó a los que suscriben, en el
Congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, que redactaran un programa
detallado del partido, a la vez teórico y práctico, destinado a la publicación.
Tal es el origen de este "Manifiesto", cuyo manuscrito fue enviado a
Londres, para ser impreso, algunas semanas antes de la revolución de febrero [3].
Publicado primero en alemán, se han hecho en este idioma, como mínimum, doce
ediciones diferentes en Alemania, Inglaterra y Norteamérica. En inglés apareció
primeramente en Londres, en 1850, en el "Red Republican" [4],
traducido por Miss Helen Macfarlane, y más tarde, en 1871, se han publicado por
lo menos, tres traducciones diferentes en Norteamérica. Apareció en francés por
primera vez en París, en vísperas de la insurrección de junio de 1848 [5],
y recientemente en "Le Socialiste" [6], de Nueva York. En la
actualidad, se prepara una nueva traducción. Hízose en Londres una edición en
polaco, poco tiempo después de la primera edición alemana. En Ginebra apareció
en ruso, en la década del 60 [7]. Ha sido traducido también al danés, a
poco de su publicación original.
Aunque las condiciones hayan
cambiado mucho en los últimos veinticinco años, los principios generales
expuestos en este [100] "Manifiesto" siguen siendo hoy, en grandes
rasgos, enteramente acertados. Algunos puntos deberían ser retocados. El mismo
"Manifiesto" explica que la aplicación práctica de estos principios
dependerá siempre y en todas partes de las circunstancias históricas
existentes, y que, por tanto, no se concede importancia excepcional a las
medidas revolucionarias enumeradas al final del capítulo II. Este pasaje
tendría que ser redactado hoy de distinta manera, en más de un aspecto. Dado el
desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con
éste, el de la organización del partido de la clase obrera; dadas las
experiencias prácticas, primero, de la revolución de Febrero, y después, en
mayor grado aún, de la Comuna de París [8], que eleva por primera
vez al proletariado, durante dos meses, al poder político, este Programa ha
envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que
«la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina
del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines». (Véase
"Der Bürgerkrieg in Frankreich, Adresse des Generalrats der
Internationalen Arbeiterassaoziation", [*] Pág. 19 de la edición
alemana, donde esta idea está desarrollada más extensamente.) Además,
evidentemente, la crítica de la literatura socialista es incompleta para estos
momentos, pues sólo llega a 1847; y al propio tiempo, si las observaciones que
se hacen sobre la actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de la
oposición (capítulo IV) son exactas todavía en sus trazos fundamentales, han
quedado anticuadas para su aplicación práctica, ya que la situación política ha
cambiado completamente y el desarrollo histórico ha borrado de la faz de la
tierra a la mayoría de los partidos que allí se enumeran.
Sin embargo, el
"Manifiesto" es un documento histórico que ya no tenemos derecho a
modificar. Una edición posterior quizá vaya precedida de un prefacio que puede
llenar la laguna existente entre 1847 y nuestros días; la actual reimpresión ha
sido tan inesperada para nosotros, que no hemos tenido tiempo de escribirlo.
Carlos
Marx. Federico Engels
Londres, 24
de junio de 1872
Publicado
en el folleto Se publica de acuerdo con el
"Das
Kommunistische Manifest. texto del folleto.
Neue
Ausgabe mit einem Vorwort
der
Verfasser", Leipzig, 1872.
[101]
NOTAS
39. En "Manifiesto del
Partido Comunista" fue escrito por Marx y Engels como programa de la Liga
de los Comunistas, el "Manifiesto" se publicó por primera vez en
Londres en febrero de 1848. En esta edición se incluyen, además del propio
"Manifiesto", los prólogos a todas las ediciones, excepto el de la
inglesa, que apareció en 1888, ya que las ideas expuestas en él se reproducen
en los otros prefacios y, concretamente, en el de la edición alemana de 1890.
En el "Manifiesto del
Partido Comunista" Marx y Engels establecieron los fundamentos y el
programa del proletariado. «Esta obra expone, con una claridad y una brillantez
geniales, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente aplicado
también al campo de la vida social, la dialéctica como la más completa y
profunda doctrina del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y del papel
revolucionario histórico mundial del proletariado como creador de una sociedad
nueva, comunista» (V. I. Lenin).
[2] 40. La Liga
de los Comunistas: primera organización comunista internacional del
proletariado, fundada por C. Marx y F. Engels, existió de 1847 a 1852. (Véase
el artículo de F. Engels "Contribución a la Historia de la Liga de los
Comunistas" en la presente edición, t. 3).- 99, 179, 398
[3] 41. Se trata de la revolución de febrero de 1848 en
Francia.- 99
[4] 42. "The Red Republican" ("El
republicano rojo"): semanario cartista que editó en Londres J. Harney
entre junio y noviembre de 1850. El "Manifiesto" se publicó resumido
en los números 21-24 de noviembre de 1850.- 99
[5] 43. La
insurrección de junio: heroica insurrección de los obreros de París entre
el 23 y el 26 de junio de 1848, aplastada con excepcional crueldad por la
burguesía francesa. Fue la primera gran guerra civil de la historia entre el
proletariado y la burguesía.- 99, 103, 219, 415
[6] 44. "Le Socialiste" ("El
Socialista"): diario que apareció en francés en Nueva York entre octubre
de 1871 y mayo de 1873; era el órgano de las secciones francesas de la
Federación Norteamericana de la Internacional; después del Congreso de La Haya,
rompió con la Internacional.
La mencionada traducción
francesa del "Manifiesto del Partido Comunista" se publicó en el
periódico "Le Socialiste" en enero-marzo de 1872.- 99
[7] 45. Se trata de la primera edición rusa del
"Manifiesto del Partido Comunista", aparecida en 1869 en Ginebra,
traducido por Bakunin. Al traducirlo, éste tergiversó en varios lugares el
contenido del "Manifiesto". Las faltas de la primera edición fueron corregidas
en la que apareció en Ginebra en 1882, traducida por Plejánov. La traducción de
Plejánov puso comienzo a la vasta difusión de las ideas del
"Manifiesto" en Rusia.- 99
[8] 46. La Comuna
de París de 1871: Tras la revolución del 18 de marzo de 1871 y hasta el 28
de mayo de 1871, el proletariado toma por primera vez el Poder. En 1891, en el
vigésimo aniversario de la Comuna de París, Engels escribió: «Ultimamente, las
palabras "dictadura del proletariado" han vuelto a sumir en santo horror
al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz
presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del
proletariado».
La historia de la Comuna de
París está expuesta en el trabajo de Marx "La Guerra Civil en
Francia".- 100
PREFACIO A
LA SEGUNDA EDICIÓN RUSA DE 1892
La primera
edición rusa del "Manifiesto del Partido Comunista", traducido por
Bakunin, fue hecha a principios de la década del 60 [9] en la imprenta del
"Kólokol" [10]. En aquel tiempo, una edición rusa de esta
obra podía parecer al Occidente tan sólo una curiosidad literaria. Hoy,
semejante concepto sería imposible.
Cuán
reducido era el terreno de acción del movimiento proletario en aquel entonces
(diciembre de 1847) lo demuestra mejor que nada el último capítulo del
"Manifiesto": "Actitud de los comunistas ante los diferentes
partidos de oposición" [*] en los diversos países. Rusia y los
Estados Unidos, precisamente, no fueron mencionados. Era el momento en que
Rusia formaba la última gran reserva de toda la reacción europea y en que la
emigración a los Estados Unidos absorbía el exceso de fuerzas del proletariado
de Europa. Estos dos países proveían a Europa de materias primas y eran al propio
tiempo mercados para la venta de la producción industrial de ésta. Los dos
eran, pues, de una u otra manera, pilares del orden vigente en Europa.
¡Cuán
cambiado está todo! Precisamente la inmigración europea ha hecho posible el
colosal desenvolvimiento de la agricultura en América del Norte, cuya
competencia conmueve los cimientos mismos de la grande y pequeña propiedad
territorial de Europa. Es ella la que ha dado, además, a los Estados Unidos, la
posibilidad de emprender la explotación de sus enormes recursos industriales,
con tal energía y en tales proporciones que en breve plazo ha de terminar con
el monopolio industrial de la Europa occidental, y especialmente con el de
Inglaterra. Estas dos circunstancias repercuten a su vez de una manera revolucionaria
sobre la misma Norteamérica. La pequeña y mediana propiedad agraria de los
granjeros, piedra angular de todo el régimen político de Norteamérica, sucumben
gradualmente ante la competencia de granjas gigantescas, mientras que en las
regiones industriales se forma, por vez primera, un numeroso proletariado junto
a una fabulosa concentración de capitales.
¿Y en
Rusia? Al producirse la revolución de 1848-1849, no sólo los monarcas de
Europa, sino también los burgueses europeos, veían en la intervención rusa el
único medio de salvación contra el proletariado, que empezaba a despertar. El
zar fue aclamado como jefe de la reacción europea. Ahora es, en Gátchina, el
prisionero de guerra de la revolución [11], y Rusia está en la
vanguardia del movimiento revolucionario de Europa.
El
"Manifiesto Comunista" se propuso como tarea proclamar la
desaparición próxima e inevitable de la moderna propiedad [102] burguesa. Pero
en Rusia, al lado del florecimiento febril del fraude capitalista y de la propiedad
territorial burguesa en vías de formación, más de la mitad de la tierra es
posesión comunal de los campesinos. Cabe, entonces, la pregunta: ¿podría la
comunidad rural rusa —forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva
propiedad común de la tierra— pasar directamente a la forma superior de la
propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar
primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo
histórico de Occidente?
La única
respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente: si la
revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de
modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia
podrá servir de punto de partida para el desarrollo comunista.
Carlos
Marx. Federico Engels
Londres, 21
de enero de 1882
Publicado
en el libro: Se publica de acuerdo con el
C. Marx y
F. Engels, "Manifiesto manuscrito.
del Partido
Comunista", Traducido del alemán.
ed. en
ruso, Ginebra, 1882.
NOTAS
[9] 45. Se trata de la primera edición rusa del
"Manifiesto del Partido Comunista", aparecida en 1869 en Ginebra,
traducido por Bakunin. Al traducirlo, éste tergiversó en varios lugares el
contenido del "Manifiesto". Las faltas de la primera edición fueron
corregidas en la que apareció en Ginebra en 1882, traducida por Plejánov. La
traducción de Plejánov puso comienzo a la vasta difusión de las ideas del
"Manifiesto" en Rusia.- 99, 101.
[10] 47. Se trata de la «Imprenta rusa libre», en la que
se imprimió el periódico democrático-revolucionario "Kólokol"
("La Campana"), que editaban A. Herzen y N. Ogariov. La imprenta,
fundada por Herzen, se encontró hasta 1865 en Londres y luego fue trasladada a
Ginebra. En esta imprenta se imprimió en 1869 la mencionada edición del
"Manifiesto". Véase la nota 45.- 101
[*] Véase el presente tomo, págs. 139-140 (N. de la
Edit.)
[11] 48. Marx y Engels aluden a la situación que se creó
después del asesinato del zar Alejandro II por los adeptos de la «libertad del
pueblo» el 1 de marzo de 1881, cuando Alejandro III, ya coronado, no salía de
Gátchina por miedo a otros posibles atentados del Comité Ejecutivo secreto de
la organización «Libertad del pueblo».- 101, 353
PREFACIO DE
F. ENGELS A LA EDICION
ALEMANA DE
1883
Desgraciadamente,
tengo que firmar solo el prefacio de esta edición. Marx, el hombre a quien la
clase obrera de Europa y América debe más que a ningún otro, reposa en el
cementerio de Highgate y sobre su tumba verdea ya la primera hierba. Después de
su muerte ni hablar cabe de rehacer o completar el "Manifiesto".
Creo, pues, tanto más preciso recordar aquí explícitamente lo que sigue.
La idea
fundamental de que está penetrado todo el "Manifiesto" —a saber: que
la producción económica y la estructura social que de ella se deriva
necesariamente en cada época histórica constituyen la base sobre la cual
descansa la historia política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda
la historia (desde la disolución del régimen primitivo de propiedad común de la
tierra) ha sido una historia de la lucha de clases, de lucha entre clases
explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del
desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase
explotada y oprimida [103] (el proletariado) no puede ya emanciparse de la
clase que la explota y la oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo
y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las
luchas de clases—, esta idea fundamental pertenece única y exclusivamente a
Marx [*].
Lo he
declarado a menudo; pero ahora justamente es preciso que esta declaración
también figure a la cabeza del propio "Manifiesto".
F. Engels
Londres, 28
de junio de 1883
Publicado
en el libro Se publica de acuerdo
"Das
Kommunistische Manifest". con el texto de la edición
Hottingen-Zürich,
1883. alemana de 1890, cotejada con
el texto de
la edición de 1883.
Traducido
del alemán.
NOTAS
[*] «A esta idea, llamada, según creo —como dejé
consignado en el prefacio de la traducción inglesa—, a ser para la Historia lo
que la teoría de Darwin ha sido para la Biología, ya ambos nos habíamos ido
acercando poco a poco, varios años antes de 1845. Hasta qué punto yo avancé
independientemente en esta dirección, puede verse mejor en mi "Situación
de la clase obrera en Inglaterra". Pero cuando me volví a encontrar con
Marx en Bruselas, en la primavera de 1845, él ya había elaborado esta tesis y
me la expuso en términos casi tan claros como los que he expresado aquí». (Nota
de F. Engels a la edición alemana de 1890.)
DEL
PREFACIO DE F. ENGELS A LA EDICION
ALEMANA DE
1890
El
"Manifiesto" tiene su historia propia. Recibido con entusiasmo en el
momento de su aparición por la entonces aún poco numerosa vanguardia del
socialismo científico (como lo prueban las traducciones citadas en el primer
prefacio [*]*) fue pronto
relegado a segundo plano a causa de la reacción que siguió a la derrota de los
obreros parisinos, en junio de 1848 [12], y proscrito "de
derecho" a consecuencia de la condena de los comunistas en Colonia, en
noviembre de 1852 [13]. Y al desaparecer de la arena pública el
movimiento obrero que se inició con la revolución de febrero, el
"Manifiesto" pasó también a segundo plano.
Cuando la
clase obrera europea hubo recuperado las fuerzas suficientes para emprender un
nuevo ataque contra el poderío de las clases dominantes, surgió la Asociación
Internacional de los Trabajadores. Esta tenía por objeto reunir en un inmenso
ejército único a toda la clase obrera combativa de Europa y América. No podía,
pues, partir de los principios
expuestos en el "Manifiesto". Debía tener un programa que no cerrara
la puerta a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas,
italianos [104] y españoles, y a los lassalleanos alemanes [*].
Este programa —el preámbulo de los Estatutos de la Internacional— fue redactado
por Marx con una maestría que fue reconocida hasta por Bakunin y los
anarquistas. Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en el
"Manifiesto", Marx confiaba tan sólo en el desarrollo intelectual de
la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y de
la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el
capital, las derrotas, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver
a los combatientes la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces
habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas
condiciones de la emancipación obrera. Y Marx tenía razón. La clase obrera de
1874, cuando la Internacional dejó de existir, era muy diferente de la de 1864,
en el momento de su fundación. El proudhonismo en los países latinos y el
lassalleanismo específico en Alemania estaban en la agonía, e incluso las
tradeuniones inglesas de entonces, ultraconservadoras, se iban acercando poco a
poco al momento en que el presidente de su Congreso [*]* de Swansea, en 1887,
pudiera decir en su nombre: "El socialismo continental ya no nos
asusta". Pero, en 1887, el socialismo continental era casi exclusivamente
la teoría formulada en el "Manifiesto". Y así, la historia del
"Manifiesto" refleja hasta cierto punto la historia del movimiento
obrero moderno desde 1848. Actualmente es, sin duda, la obra más difundida, la
más internacional de toda la literatura socialista, el programa común de muchos
millones de obreros de todos los países, desde Siberia hasta California.
Y, sin
embargo, cuando apareció no pudimos titularle Manifiesto Socialista. En 1847, se comprendía con el nombre de socialista a
dos categorías de personas. De un lado, los partidarios de diferentes sistemas
utópicos, particularmente los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en
Francia, que no eran ya sino simples sectas en proceso de extinción paulatina.
De otro lado, los más diversos curanderos sociales que aspiraban a suprimir,
con sus variadas panaceas y emplastos de toda suerte, las lacras sociales sin
dañar en lo más mínimo al capital ni a la ganancia. En ambos casos, gentes que
se hallaban fuera del movimiento [105] obrero y que buscaban apoyo más bien en
las clases «instruidas». En cambio, la parte de los obreros que, convencida de
la insuficiencia de las revoluciones meramente políticas, exigía una
transformación radical de la sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo apenas elaborado, sólo instintivo, a
veces algo tosco; pero fue asaz pujante para crear dos sistemas de comunismo
utópico: en Francia, el "icario", de Cabet, y en Alemania, el de
Weitling. El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el
comunismo, un movimiento obrero. El socialismo era, al menos en el continente,
muy respetable; el comunismo era todo lo contrario. Y como nosotros ya en aquel
tiempo sosteníamos muy decididamente el criterio de que «la emancipación de la
clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma» [14], no
pudimos vacilar un instante sobre cuál de las dos denominaciones procedía
elegir. Y posteriormente no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella.
¡Proletarios de todos los países, uníos!
Sólo unas pocas voces nos respondieron cuando lanzamos estas palabras por el
mundo, hace ya cuarenta y dos años, en vísperas de la primera revolución
parisiense, en la que el proletariado actuó planteando sus propias
reivindicaciones. Pero, el 28 de septiembre de 1864, los proletarios de la
mayoría de los países de la Europa Occidental se unieron formando la Asociación
Internacional de los Trabajadores, de gloriosa memoria. Bien es cierto que la
Internacional vivió tan sólo nueve años, pero la unión eterna que estableció
entre los proletarios de todos los países vive todavía y subsiste más fuerte
que nunca, y no hay mejor prueba de ello que la jornada de hoy. Pues, hoy [15],
en el momento en que escribo estas líneas, el proletariado de Europa y América
pasa revista a sus fuerzas, movilizadas por vez primera en un solo ejército, bajo una
sola bandera y para un solo
objetivo inmediato: la fijación legal de la jornada normal de ocho horas,
proclamada ya en 1866 por el Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra
y de nuevo en 1889 por el Congreso obrero de París. El espectáculo de hoy
demostrará a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países que,
en efecto, los proletarios de todos los países están unidos.
¡Oh, si
Marx estuviese a mi lado para verlo con sus propios ojos!
F. Engels
Londres, 1
de mayo de 1890
Publicado
en el libro Se publica de acuerdo con
"Das
Kommunistische Manifest", el texto del libro.
London,
1890. Traducido del alemán.
NOTAS
[**] Prefacio a la edición alemana de 1872. El
"manuscrito fue enviado a Londres, para ser impreso, algunas semanas antes
de la revolución de febrero. Publicado primero en alemán, se han hecho en este
idioma, como mínimum, doce ediciones diferentes en Alemania, Inglaterra y
Norteamérica. En inglés apareció primeramente en Londres, en 1850, en el
"Red Republican", (...), y más tarde, en 1871, se han publicado, por
lo menos, tres traducciones diferentes en Norteamérica. Apareció en francés por
primera vez en París, en vísperas de la insurrección de junio de 1848, y
recientemente en "Le Socialiste" (enero-marzo 1872), de Nueva York. En
la actualidad, se prepara una nueva traducción. Hízose en Londres una edición
en polaco, poco tiempo después de la primera edición alemana. En Ginebra
apareció en ruso, en la década del 60 (1869). Ha sido traducido también al
danés, a poco de su publicación original.
[12] 43. La
insurrección de junio: heroica insurrección de los obreros de París entre
el 23 y el 26 de junio de 1848, aplastada con excepcional crueldad por la
burguesía francesa. Fue la primera gran guerra civil de la historia entre el proletariado
y la burguesía.- 99, 103, 219, 415
[13] 49. El
proceso de los comunistas en Colonia (4 de octubre-12 de noviembre de 1852)
fue incoado con fines provocativos por el Gobierno prusiano contra once
miembros de la Liga de los Comunistas. Acusados de alta traición sin más
pruebas que documentos y testimonios falsos, siete fueron condenados a
reclusión en una fortaleza por plazos de 3 a 6 años. Los viles métodos
provocadores a que recurrió el Estado policiaco prusiano contra el movimiento
obrero internacional fueron denunciados por Marx y Engels (véase el artículo de
Engels "El reciente proceso de Colonia" en el presente tomo, pág. 397
y el folleto de Marx "Revelaciones sobre el proceso de los comunistas en
Colonia").- 103, 397
[*] Nota de Engels: "Personalmente Lassalle, en
sus relaciones con nosotros, nos declaraba siempre que era un
"discípulo" de Marx, y, como tal, se colocaba sin duda sobre el
terreno del "Manifiesto". Otra cosa sucedía con sus partidarios que
no pasaron más allá de su exigencia de cooperativas de producción con crédito
del Estado y que dividieron a toda la clase trabajadora en obreros que contaban
con la ayuda del Estado y obreros que sólo contaban con ellos mismos".
[**] W. Bevan. (N. de la Edit.)
[14] 50. Esta tesis teórica de Marx y Engels está
expuesta en una serie de trabajos suyos desde los años 40 del siglo XIX; en la
fórmula dada viene en los Estatutos de la Asociación Internacional de
Trabajadores.- 105
[15] 51. Este prefacio fue escrito el 1 de mayo de 1890,
el día en que, por acuerdo del Congreso de París de la II Internacional (junio
de 1889), en varios países de Europa y América se celebraron manifestaciones
masivas, huelgas y mítines obreros, reivindicando la jornada de ocho horas.-
105
PREFACIO DE
F. ENGELS A LA EDICION
POLACA DE
1892
El que una
nueva edición polaca del "Manifiesto Comunista" sea necesaria, invita
a diferentes reflexiones.
Ante todo
conviene señalar que, durante los últimos tiempos, el "Manifiesto" ha
pasado a ser, en cierto modo, un índice del desarrollo de la gran industria en
Europa. A medida que en un país se desarrolla la gran industria, se ve crecer
entre los obreros de ese país el deseo de comprender su situación, como tal
clase obrera, con respecto a la clase de los poseedores; se ve progresar entre
ellos el movimiento socialista y aumentar la demanda de ejemplares del
"Manifiesto". Así, pues, el número de estos ejemplares difundidos en
un idioma permite no sólo determinar, con bastante exactitud, la situación del
movimiento obrero, sino también el grado de desarrollo de la gran industria en
cada país.
Por eso la
nueva edición polaca del "Manifiesto" indica el decisivo progreso de
la industria de Polonia. No hay duda que tal desarrollo ha tenido lugar
realmente en los diez años transcurridos desde la última edición. La Polonia
Rusa, la del Congreso [16], ha pasado a ser una región industrial del
Imperio Ruso. Mientras la gran industria rusa se halla dispersa —una parte se
encuentra en la costa del Golfo de Finlandia, otra en las provincias del centro
(Moscú y Vladímir), otra en los litorales del Mar Negro y del Mar de Azov,
etc.—, la industria polaca está concentrada en una extensión relativamente pequeña
y goza de todas las ventajas e inconvenientes de tal concentración. Las
ventajas las reconocen los fabricantes rusos, sus competidores, al reclamar
aranceles protectores contra Polonia, a pesar de su ferviente deseo de
rusificar a los polacos. Los inconvenientes —para los fabricantes polacos y
para el gobierno ruso— residen en la rápida difusión de las ideas socialistas
entre los obreros polacos y en la progresiva demanda del
"Manifiesto".
Pero el
rápido desarrollo de la industria polaca, que sobrepasa al de la industria
rusa, constituye a su vez una nueva prueba de la inagotable energía vital del
pueblo polaco y una nueva garantía de su futuro renacimiento nacional. El
resurgir de una Polonia independiente y fuerte es cuestión que interesa no sólo
a los polacos, sino a todos nosotros. La sincera colaboración internacional de
las naciones europeas sólo será posible cuando cada una de ellas sea
completamente dueña de su propia casa. La revolución de 1848, que, al fin y a
la postre, no llevó a los combatientes proletarios que luchaban bajo la bandera
del proletariado, más que a sacarle las castañas del fuego a la burguesía, ha
llevado a cabo, por obra de sus albaceas testamentarios —Luis Bonaparte [107] y
Bismarck—, la independencia de Italia, de Alemania y de Hungría. En cambio
Polonia, que desde 1792 había hecho por la revolución más que esos tres países
juntos, fue abandonada a su propia suerte en 1863, cuando sucumbía bajo el
empuje de fuerzas rusas [17] diez veces superiores. La nobleza polaca
no fue capaz de defender ni de reconquistar su independencia; hoy por hoy, a la
burguesía, la independencia de Polonia le es, cuando menos, indiferente. Sin
embargo, para la colaboración armónica de las naciones europeas, esta
independencia es una necesidad. Y sólo podrá ser conquistada por el joven
proletariado polaco. En manos de él, su destino está seguro, pues para los
obreros del resto de Europa la independencia de Polonia es tan necesaria como
para los propios obreros polacos.
F. Engels
Londres, 10
de febrero de 1892
Publicado
en la revista Se publica de acuerdo con el
"Przedswit",
Nº 35, el 27 manuscrito, cotejado con el texto
de febrero
de 1892 y en de la edición polaca de 1892.
el libro:
K. Marx i F. Engels Traducido del alemán.
"Manifest
Komunistyczny",
Londyn,
1892.
NOTAS
[16] 52. La
Polonia del Congreso era denominada la parte de Polonia que pasó
oficialmente con el nombre de Reinado polaco a Rusia, según acuerdo del
Congreso de Viena de 1814-1815.- 106
[17] 53. Se refiere a la insurrección de liberación
nacional polaca de 1863 a 1864 encauzada contra la opresión de la autocracia
zarista. Debido a la inconsecuencia del partido de los «rojos», pequeños
nobles, que dejaron escapar la iniciativa revolucionaria, la dirección de la
insurrección pasó a manos de la aristocracia agraria y de la gran burguesía,
que aspiraban a una componenda ventajosa con el Gobierno zarista. Para el
verano de 1864, la insurrección fue aplastada sin piedad por las tropas zaristas.-
107
PREFACIO DE
F. ENGELS A LA EDICION
ITALIANA DE
1893
A l o s l e
c t o r e s i t a l i a n o s
La
publicación del "Manifiesto del Partido Comunista" coincidió, por
decirlo así, con la jornada del 18 de marzo de 1848, con las revoluciones de
Milán y de Berlín que fueron las insurrecciones armadas de dos naciones que
ocupan zonas centrales: la una en el continente europeo, la otra en el
Mediterráneo; dos naciones que hasta entonces estaban debilitadas por el
fraccionamiento de su territorio y por discordias intestinas que las hicieron
caer bajo la dominación extranjera. Mientras Italia se hallaba subyugada por el
emperador austriaco, el yugo que pesaba sobre Alemania —el del zar de todas las
Rusias— no era menos real, si bien más indirecto. Las consecuencias del 18 de
marzo de 1848 liberaron a Italia y a Alemania de este oprobio. Entre 1848 y
1871 las dos grandes naciones quedaron restablecidas y, de uno u otro modo,
recobraron su independencia, y este hecho, como decía Carlos Marx, se debió a
que los mismos personajes que aplastaron la revolución de 1848 fueron, a pesar
suyo, sus albaceas testamentarios.
[108]
La
revolución de 1848 había sido, en todas partes, obra de la clase obrera: ella
había levantado las barricadas y ella había expuesto su vida. Pero fueron sólo
los obreros de París quienes, al derribar al gobierno, tenían la intención bien
precisa de acabar a la vez con todo el régimen burgués. Y aunque tenían ya
conciencia del irreductible antagonismo que existe entre su propia clase y la
burguesía, ni el progreso económico del país ni el desarrollo intelectual de
las masas obreras francesas habían alcanzado aún el nivel que hubiese permitido
llevar a cabo una reconstrucción social. He aquí por qué los frutos de la
revolución fueron, al fin y a la postre, a parar a manos de la clase
capitalista. En otros países, en Italia, en Alemania, en Austria, los obreros,
desde el primer momento, no hicieron más que ayudar a la burguesía a conquistar
el poder. Pero en ningún país la dominación de la burguesía es posible sin la
independencia nacional. Por eso, la revolución de 1848 debía conducir a la
unidad y a la independencia de las naciones que hasta entonces no las habían
conquistado: Italia, Alemania, Hungría. Polonia les seguirá.
Así, pues,
aunque la revolución de 1848 no fue una revolución socialista, desbrozó el
camino y preparó el terreno para esta última. El régimen burgués, en virtud del
vigoroso impulso que dio en todos los países al desenvolvimiento de la gran
industria, ha creado en el curso de los últimos 45 años un proletariado
numeroso, fuerte y unido y ha producido así —para emplear la expresión del
"Manifiesto"— a sus propios sepultureros. Sin restituir la
independencia y la unidad de cada nación, no es posible realizar la unión internacional
del proletariado ni la cooperación pacífica e inteligente de esas naciones para
el logro de objetivos comunes. ¿Acaso es posible concebir la acción mancomunada
e internacional de los obreros italianos, húngaros, alemanes, polacos y rusos
en las condiciones políticas que existieron hasta 1848?
Esto quiere
decir que los combates de 1848 no han pasado en vano; tampoco han pasado en
vano los 45 años que nos separan de esa época revolucionaria. Sus frutos
comienzan a madurar y todo lo que yo deseo es que la publicación de esta
traducción italiana sea un buen augurio para la victoria del proletariado
italiano, como la publicación del original lo fue para la revolución
internacional.
El
"Manifiesto" rinde plena justicia a los servicios revolucionarios
prestados por el capitalismo en el pasado. La primera nación capitalista fue
Italia. Marca el fin del medioevo feudal y la aurora de la era capitalista
contemporánea la figura gigantesca de un italiano, el Dante, que es a la vez el
último poeta de la Edad Media [109] y el primero de los tiempos modernos.
Ahora, como en 1300, comienza a despuntar una nueva era histórica. ¿Nos dará
Italia al nuevo Dante que marque la hora del nacimiento de esta nueva era
proletaria?
Federico
Engels
Londres, 1
de febrero de 1893
Publicado
en el libro: Se publica de acuerdo con el
Carlo Marx
e Federico Engels, texto del libro, cotejado con el
"Il
Manifesto del Partido Comunista", borrador en francés.
Milano,
1893. Traducido del italiano.
MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA
Un fantasma recorre Europa: el
fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en
santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y
Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué
partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el
poder? ¿Qué partido de oposición a su vez, no ha lanzado, tanto a los
representantes de la oposición, más avanzados, como a sus enemigos
reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista?
De este
hecho resulta una doble enseñanza:
Que el
comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.
Que ya es
hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos,
sus fines y sus tendencias, que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo
un manifiesto del propio partido.
Con este
fin, comunistas de las más diversas nacionalidades se han reunido en Londres y
han redactado el siguiente "Manifiesto", que será publicado en
inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés.
NOTAS
39. En "Manifiesto del
Partido Comunista" fue escrito por Marx y Engels como programa de la Liga
de los Comunistas, el "Manifiesto" se publicó por primera vez en
Londres en febrero de 1848. En esta edición se incluyen, además del propio
"Manifiesto", los prólogos a todas las ediciones, excepto el de la
inglesa, que apareció en 1888, ya que las ideas expuestas en él se reproducen
en los otros prefacios y, concretamente, en el de la edición alemana de 1890.
En el "Manifiesto del
Partido Comunista" Marx y Engels establecieron los fundamentos y el
programa del proletariado. «Esta obra expone, con una claridad y una brillantez
geniales, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente aplicado
también al campo de la vida social, la dialéctica como la más completa y
profunda doctrina del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y del papel
revolucionario histórico mundial del proletariado como creador de una sociedad
nueva, comunista» (V. I. Lenin).
I
BURGUESES Y PROLETARIOS [*]
La historia de todas las
sociedades hasta nuestros días [*]* [18] es la historia de las luchas de
clases.
Hombres libres y esclavos,
patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros [*] y oficiales, en una
palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha
constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó
siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el
hundimiento de las clases en pugna.
En las
anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa
diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala
gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios,
caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos,
maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía
encontramos gradaciones especiales.
La moderna
sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no
ha abolido las contradicciones de clase. Unicamente ha sustituido las viejas
clases, las viejas [112] condiciones de opresión, las viejas formas de lucha
por otras nuevas.
Nuestra
época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado
las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más,
en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan
directamente: la burguesía y el proletariado.
De los
siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras ciudades;
de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.
El
descubrimiento de América y la circunnavegación de Africa ofrecieron a la
burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de
China, la colonización de América, el intercambio de las colonias, la
multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general
imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta
entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento
revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.
La antigua
organización feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la
demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto
la manufactura. El estamento medio industrial suplantó a los maestros de los
gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció
ante la división del trabajo en el seno del mismo taller.
Pero los
mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba
tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la
producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el
lugar del estamento medio industrial vinieron a ocuparlo los industriales
millonarios —jefes de verdaderos ejércitos industriales—, los burgueses
modernos.
La gran
industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de
América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio,
de la navegación y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo
influyó, a su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban
extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles,
desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo
término a todas las clases legadas por la Edad Media.
La
burguesía moderna, como vemos, es ya de por sí fruto de un largo proceso de
desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio.
Cada etapa
de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del
correspondiente progreso político. Estamento oprimido bajo la dominación de los
señores feudales; asociación [113] armada y autónoma en la comuna [*],
en unos sitios República urbana independiente; en otros, tercer estado
tributario de la monarquía; después, durante el período de la manufactura,
contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales o absolutas y, en
general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del
establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó
finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado
representativo moderno. El Gobierno del Estado moderno no es más que una junta
que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado en
la historia un papel altamente revolucionario.
Dondequiera
que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales,
patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre
a sus «superiores naturales» las ha desgarrado sin piedad para no dejar
subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel «pago al
contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo
caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del
cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha
sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio.
En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y
políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.
La
burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces
se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al
jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido
en sus servidores asalariados.
La
burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las
relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero.
La
burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media,
tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada
holgazanería. Ha sido ella la primera en demostrar lo que puede realizar la
actividad humana; [114] ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de
Egipto; a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado
campañas muy distintas a las migraciones de pueblos y a las Cruzadas [19].
La
burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los
instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y
con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de
producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas
las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción,
una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un
movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores.
Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de
ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes
de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo
sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar
serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.
Espoleada
por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía
recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas
partes, crear vínculos en todas partes.
Mediante la
explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a
la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los
reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas
industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente.
Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en
cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no
emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más
lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio
país, sino en todas las partes del globo. En lugar del antiguo aislamiento y la
amargura de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una
interdependencia universal de las naciones. Y eso se refiere tanto a la
producción material, como a la intelectual. La producción intelectual de una
nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el
exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas
literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.
[115]
Merced al
rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante
progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de
la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos
precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas
las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente
hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren
sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir
la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se
forja un mundo a su imagen y semejanza.
La
burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes
inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación
con la del campo, substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de
la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado
los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos
campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.
La
burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción,
de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los
medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La
consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las
provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos
federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes han
sido consolidadas en una sola nación,
bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.
La
burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de
existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que
todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la
naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la
industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el
telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continente enteros, la
apertura de ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto,
como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar
siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo
social?
Hemos
visto, pues, que los medios de producción y de cambio sobre cuya base se ha
formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un
cierto grado de desarrollo, estos medios de producción y de cambio, las
condiciones en que la [116] sociedad feudal producía y cambiaba, la
organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una
palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las
fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de
impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas
trabas, y las rompieron.
En su lugar
se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política
adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.
Ante
nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas
de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta
sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes
medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de
dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde
hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que
la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las
actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que
condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las
crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez
más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa.
Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte
considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas
productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en
cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la
sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra
súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre,
que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de
subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por
qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de
vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que
dispone no favorecen ya el régimen burgués de la propiedad; por el contrario,
resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un
obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan
este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y
amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas
resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno.
¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada
de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos
mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace,
pues? [117] Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los
medios de prevenirlas.
Las armas
de que se sirvió la burguesía para derribar el feudalismo se vuelven ahora
contra la propia burguesía.
Pero la
burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha
producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos,
los proletarios.
En la misma
proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital,
desarróllase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no
viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente
mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse
al detalle, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta,
por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones
del mercado.
El
creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo
del proletario todo carácter propio y le hacen perder con ello todo atractivo
para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo
se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil
aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o
menos a los medios de subsistencia indispensable para vivir y perpetuar su
linaje. Pero el precio de todo trabajo [20], como el de toda
mercancía, es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más
fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se
desenvuelven la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad
de trabajo bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del
trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las
máquinas, etc.
La
industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en
la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la
fábrica, son organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria,
están colocados bajo la vigilancia de toda una jerarquía de oficiales y
suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado
burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz
y, sobre todo, del burgués individual, patrón de la fábrica. Y es despotismo es
tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que
proclama que no tiene otro fin que el lucro.
Cuanto
menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es
el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo
de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que
respecta a la [118] clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda
significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía
según la edad y el sexo.
Una vez que
el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en
metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el
casero, el tendero, el prestamista, etc.
Pequeños
industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda
la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del
proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer
grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas
más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve depreciada ante los
nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre
todas las clases de la población.
El
proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la
burguesía comienza con su surgimiento.
Al
principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros
de una misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la
localidad contra el burgués individual que los explota directamente. No se
contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de
producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción:
destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las
máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la
posición perdida del artesano de la Edad Media.
En esta
etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por
la competencia. Si los obreros forman masas compactas, esta acción no es
todavía consecuencia de su propia unión, sino de la unión de la burguesía, que
para alcanzar sus propios fines políticos debe -y por ahora aún puede- poner en
movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no
combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de
sus enemigos, es decir, contra los restos de la monarquía absoluta, los
propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños
burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos
de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria
de la burguesía.
Pero la
industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino
que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor
conciencia de la misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los
proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las
diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, a un [119]
nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los
burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios
son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la
máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones
entre el obrero individual y el burgués individual adquieren más y más el
carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar
coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus
salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para asegurarse los
medios necesarios, en previsión de estos choques eventuales. Aquí y allá la
lucha estalla en sublevación.
A veces los
obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus
luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los
obreros. Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios de
comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros
de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas
locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una
lucha nacional, en una lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha
política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con
sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos,
con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.
Esta
organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político,
vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros.
Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las
disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley
algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez
horas en Inglaterra.
En general,
las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de
desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente: al
principio, contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la
misma burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de
la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países.
En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su
ayuda y arrastrarle así al movimiento político. De tal manera, la burguesía
proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación, es decir,
armas contra ella misma.
Además, como
acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del
proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, las amenaza en
sus condiciones de existencia. [120] También ellas aportan al proletariado
numerosos elementos de educación.
Finalmente,
en los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el progreso
de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un
carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega
de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está
el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía,
en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado,
particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta
la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico.
De todas
las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una
clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y
desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio,
es su producto más peculiar.
Los
estamentos medios —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano,
el campesino—, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina
su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino
conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la
rueda de la Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí
la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus
intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus
propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.
El
lumpenproletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más
bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una
revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida
está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.
Las
condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las
condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad;
sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada de común con las
relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo
del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que
en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la
moral, la religión son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales
se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.
Todas las
clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la
situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo
de apropiación. Los proletarios [121] no pueden conquistar las fuerzas
productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y,
por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios
no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha
venido garantizado y asegurando la propiedad privada existente.
Todos los
movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de
minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa
mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la
sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar
toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.
Por su
forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la
burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de
cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía.
Al esbozar
las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso
de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la
sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución
abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía,
implanta su dominación.
Todas las
sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre
clases opresoras y oprimidas. Mas para poder oprimir a una clase, es preciso
asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su
existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a
miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a la
categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno,
por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende
siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El
trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que
la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz
de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer
a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es
capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni
siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle
decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por
él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir
que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la
sociedad.
La
condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es
la acumulación de la riqueza en manos de [122] particulares, la formación y el
acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el
trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la
competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la
burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el
aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión
revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria
socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se
apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios
sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente
inevitables.
NOTAS
[*] Por burguesía se comprende a la clase de los
capitalistas modernos, que son los propietarios de los medios de producción
social y emplean trabajo asalariado. Por proletarios se comprende a la clase de
los trabajadores asalariados modernos, que, privados de medios de producción propios,
se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir. (Nota de F.
Engels a la edición inglesa de 1888).
[**] Es decir, la historia escrita. En 1847, la historia de la organización social que
precedió a toda la historia escrita, la prehistoria, era casi desconocida.
Posteriormente, Haxthausen ha descubierto en Rusia la propiedad comunal de la
tierra; Maurer ha demostrado que ésta fue la base social de la que partieron
históricamente todas las tribus germanas, y se ha ido descubriendo poco a poco
que la comunidad rural, con la posesión colectiva de la tierra, ha sido la
forma primitiva de la sociedad, desde la India hasta Irlanda. La organización
interna de esa sociedad comunista primitiva ha sido puesta en claro, en lo que
tiene de típico, con el culminante descubrimiento hecho por Morgan de la
verdadera naturaleza de la gens y de
su lugar en la tribu. Con la
desintegración de estas comunidades primitivas comenzó la diferenciación de la
sociedad en clases distintas y, finalmente, antagónicas. He intentado analizar
este proceso en la obra "Der Ursprung der Familie, des Privateigentums und
des Staats" (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado).
2ª edición, Stuttgart, 1866. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888).
Véase el tercer tomo de la presente edición. (N. de la Edit.).
[18] 54. Engels incluyó asimismo esta nota en la edición
alemana del "Manifiesto del Partido Comunista" de 1890, omitiendo
únicamente la última frase.- 111
[*] Zunfbürger,
esto es, miembro de un gremio con todos los derechos, maestro del mismo, y no
su dirigente. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888).
[*] Comunas
se llamaban en Francia las ciudades nacientes todavía antes de arrancar a sus
amos y señores feudales la autonomía local y los derechos políticos como
«tercer estado». En términos generales, se ha tomado aquí a Inglaterra como
país típico del desarrollo económico de la burguesía, y a Francia como país
típico de su desarrollo político. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de
1888.)
Así denominaban los
habitantes de las ciudades de Italia y Francia a sus comunidades urbanas, una
vez comprados o arrancados a sus señores feudales los primeros derechos de
autonomía. (Nota de F. Engels a la edición alemana de 1890).
[19] 55. Las
Cruzadas: campañas militares de colonización del Oriente emprendidas por
los grandes señores feudales de Europa Occidental, por los caballeros y por las
ciudades comerciales italianas en los siglos XI-XIII bajo la bandera religiosa
de la liberación de los santuarios cristianos en Jerusalén y otros «Santos
Lugares» que se hallaban en poder de los musulmanes. Los ideólogos e
inspiradores de las cruzadas eran la Iglesia católica y el Papa, movidos por su
afán de conquistar la dominación mundial, y la fuerza militar principal eran
los caballeros. En las expediciones también tomaron parte campesinos deseosos
de emanciparse del yugo feudal. Los cruzados se dedicaban al saqueo y la violencia
tanto respecto de la población musulmana como de los cristianos que habitaban
en los países por los que pasaban. No se planteaban sólo la conquista de los
Estados musulmanes de Siria, Palestina, Egipto y Túnez, sino también del
Imperio Bizantino ortodoxo. Las conquistas de los cruzados en el Mediterráneo
oriental eran efímeras, y sus posesiones no tardaron en volver a manos de los
musulmanes.
[20] 56. Marx y Engels ya no emplearon en sus obras
posteriores los términos de «valor del trabajo» y «precio del trabajo». En su
lugar, empleaban conceptos más exactos, propuestos por Marx: «valor de la
fuerza de trabajo» y «precio de la fuerza de trabajo» (véase la introducción de
Engels a la obra de Marx "Trabajo asalariado y capital").
II
PROLETARIOS Y COMUNISTAS
¿Cuál es la
posición de los comunistas con respecto a los proletarios en general?
Los
comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen
intereses que los separen del conjunto del proletariado.
No
proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento
proletario.
Los
comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una
parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen
valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la
nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo
por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre
los intereses del movimiento en su conjunto.
Prácticamente,
los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de
todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás;
teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara
visión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del
movimiento proletario.
El objetivo
inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos
proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la
dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado.
Las tesis
teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios
inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
[123]
No son sino
la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases
existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros
ojos. La abolición de las relaciones de propiedad antes existentes no es una
característica propia del comunismo.
Todas las
relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos, continuas
transformaciones históricas.
La
revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la
propiedad burguesa.
El rasgo
distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la
abolición de la propiedad burguesa.
Pero la
propiedad privada burguesa moderna es la última y más acabada expresión del
modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los antagonismos
de clase, en la explotación de los unos por los otros.
En este
sentido, los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única:
abolición de la propiedad privada.
Se nos ha
reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente
adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda la
libertad, actividad e independencia individual.
¡La
propiedad adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís
acaso a la propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador, esa forma de
propiedad que ha precedido a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el
progreso de la industria la ha abolido y está aboliéndola a diario.
¿O tal vez
os referís a la propiedad privada burguesa moderna?
¿Es que el
trabajo asalariado, el trabajo del proletario, crea propiedad para el
proletario? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad
que explota al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición
de producir nuevo trabajo asalariado, para volver a explotarlo. En su forma
actual la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el trabajo
asalariado. Examinemos los dos términos de este antagonismo.
Ser
capitalista significa ocupar no sólo una posición puramente personal en la
producción, sino también una posición social. El capital es un producto
colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de
muchos miembros de la sociedad y, en última instancia, sólo por la actividad
conjunta de todos los miembros de la sociedad.
El capital
no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social.
En
consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva,
perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es [124] la propiedad
personal la que se transforma en propiedad social. Sólo cambia el carácter
social de la propiedad. Esta pierde su carácter de clase.
Examinemos
el trabajo asalariado.
El precio
medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los
medios de subsistencia indispensable al obrero para conservar su vida como tal
obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su
actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su
vida. No queremos de ninguna manera abolir esta apropiación personal de los
productos del trabajo, indispensable para la mera reproducción de la vida
humana, esa apropiación, que no deja ningún beneficio líquido que pueda dar un
poder sobre el trabajo de otro. Lo que queremos suprimir es el carácter
miserable de esa apropiación, que hace que el obrero no viva sino para
acrecentar el capital y tan sólo en la medida en que el interés de la clase
dominante exige que viva.
En la
sociedad burguesa, el trabajo vivo no es más que un medio de incrementar el
trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más que
un medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la vida de los trabajadores.
De este
modo, en la sociedad burguesa el pasado domina sobre el presente; en la
sociedad comunista es el presente el que domina sobre el pasado. En la sociedad
burguesa el capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el
individuo que trabaja carece de independencia y está despersonalizado.
¡Y la
burguesía dice que la abolición de semejante estado de cosas es abolición de la
personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de
abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad
burguesa.
Por
libertad, en las condiciones actuales de producción burguesa, se entiende la
libertad de comercio, la libertad de comprar y vender.
Desaparecida
la compraventa, desaparecerá también la libertad de compraventa. Las
declamaciones sobre la libertad de compraventa, lo mismo que las demás bravatas
liberales de nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas a la compraventa
encadenada y al burgués sojuzgado de la Edad Media; pero no ante la abolición
comunista de la compraventa, de las relaciones de producción burguesas y de la
propia burguesía.
Os
horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero, en vuestra
sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas
partes de sus miembros; existe precisamente porque no existe para esas nueve
décimas partes. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad
que [125] no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la
sociedad sea privada de propiedad.
En una
palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso es
lo que queremos.
Según
vosotros, desde el momento en que el trabajo no puede ser convertido en
capital, en dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social
susceptible de ser monopolizado; es decir, desde el instante en que la
propiedad personal no puede transformarse en propiedad burguesa, desde ese
instante la personalidad queda suprimida.
Reconocéis,
pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués, al propietario
burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida.
El
comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos
sociales; no quita más que el poder de sojuzgar por medio de esta apropiación
el trabajo ajeno.
Se ha
objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y
sobrevendría una indolencia general.
Si así
fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos
de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que
adquieren no trabajan. Toda la objeción se reduce a esta tautología: no hay
trabajo asalariado donde no hay capital.
Todas las
objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y de producción de
bienes materiales se hacen extensivas igualmente respecto a la apropiación y a
la producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el
burgués la desaparición de la propiedad de clase equivale a la desaparición de
toda producción, la desaparición de la cultura de clase significa para él la
desaparición de toda cultura.
La cultura,
cuya pérdida deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el
adiestramiento que los transforma en máquinas.
Mas no
discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad
burguesa el criterio de vuestras nociones burguesas de libertad, cultura,
derecho, etc. Vuestras ideas mismas son producto de las relaciones de
producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la
voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo contenido está
determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase.
La concepción
interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la
Razón las relaciones sociales dimanadas de vuestro modo de producción y de
propiedad —relaciones históricas que surgen y desaparecen en el curso de la
producción—, la compartís con todas las clases dominantes hoy desaparecidas.
[126] Lo que concebís para la propiedad antigua, lo que concebís para la
propiedad feudal, no os atrevéis a admitirlo para la propiedad burguesa.
¡Querer
abolir la familia! Hasta los más radicales se indignan ante este infame
designio de los comunistas.
¿En qué
bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el
lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la
burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda
familia para el proletariado y en la prostitución pública.
La familia
burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y
ambos desaparecen con la desaparición del capital.
¿Nos
reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres?
Confesamos este crimen.
Pero decís
que destruimos los vínculos más íntimos, sustituyendo la educación doméstica
por la educación social.
Y vuestra
educación, ¿no está también determinada por la sociedad, por las condiciones
sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o
indirecta de la sociedad a través de la escuela, etc.? Los comunistas no han
inventado esta ingerencia de la sociedad en la educación, no hacen más que
cambiar su carácter y arrancar la educación a la influencia de la clase
dominante.
Las
declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos
que unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la
gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario y transforma
a los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de
trabajo.
¡Pero es
que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las mujeres!
-nos grita a coro toda la burguesía.
Para el
burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir
que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y,
naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma
suerte de la socialización.
No sospecha
que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple
instrumento de producción.
Nada más
grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros
burgueses la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los
comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de
las mujeres: casi siempre ha existido.
[127]
Nuestros
burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de
sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer
singular en seducirse mutuamente las esposas.
El
matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se
podría acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres
hipócritamente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por
otra parte, que con la abolición de las relaciones de producción actuales
deseparecerá la comunidad de las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la
prostitución oficial y no oficial.
Se acusa
también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.
Los obreros
no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. as, por cuanto el
proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, elevarse a la
condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional,
aunque de ninguna manera en el sentido burgués.
El
aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen día a día
con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado
mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de
existencia que le corresponden.
El dominio
del proletariado los hará desaparecer más de prisa todavía. La acción común, al
menos de los países civilizados, es una de las primeras condiciones de su
emancipación.
En la misma
medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida
la explotación de una nación por otra.
Al mismo
tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones,
desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí.
En cuanto a
las acusaciones lanzadas contra el comunismo, partiendo del punto de vista de
la religión, de la filosofía y de la ideología en general, no merecen un examen
detallado.
¿Acaso se
necesita una gran perspicacia para comprender que con toda modificación en las
condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia social,
cambian también las ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la
conciencia del hombre?
¿Qué
demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se
transforma con la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época
no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante.
[128]
Cuando se
habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, se expresa solamente el
hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de
una nueva, y la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la
disolución de las antiguas condiciones de vida.
En el ocaso
del mundo antiguo las viejas religiones fueron vencidas por la religión
cristiana. Cuando, en el siglo XVIII, las ideas cristianas fueron vencidas por
las ideas de la ilustración, la sociedad feudal libraba una lucha a muerte
contra la burguesía, entonces revolucionaria. Las ideas de libertad religiosa y
de libertad de conciencia no hicieron más que reflejar el reinado de la libre
concurrencia en el dominio del saber.
«Sin duda
-se nos dirá-, las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas,
jurídicas, etc., se han ido modificando en el curso del desarrollo histórico.
Pero la religión, la moral, la filosofía, la política, el derecho se han
mantenido siempre a través de estas transformaciones.
Existen,
además, verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etc., que son
comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas
verdades eternas, quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una
forma nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo histórico anterior».
¿A qué se
reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades que han existido
hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de
contradicciones que revisten formas diversas en las diferentes épocas.
Pero
cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones, la explotación de
una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todos los siglos
anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la conciencia
social de todos los siglos, a despecho de toda variedad y de toda diversidad,
se haya movido siempre dentro de ciertas formas comunes, dentro de unas formas
-formas de conciencia-, que no desaparecerán completamente más que con la
desaparición definitiva de los antagonismos de clase.
La
revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad
tradicionales; nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de
la manera más radical con las ideas tradicionales.
Mas,
dejemos aquí las objeciones hechas por la burguesía al comunismo.
Como ya
hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación
del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.
[129]
El
proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente
a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de
producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como
clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las
fuerzas productivas.
Esto,
naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación
despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción,
es decir, por la adopción de medidas que desde el punto de vista económico
parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se
sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables como medio para transformar
radicalmente todo el modo de producción.
Estas
medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países.
Sin
embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en
todas partes las siguientes medidas:
1.
Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para
los gastos del Estado.
2. Fuerte
impuesto progresivo.
3.
Abolición del derecho de herencia.
4.
Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.
5.
Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional
con capital del Estado y monopolio exclusivo.
6.
Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
7.
Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los
instrumentos de producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento
de las tierras, según un plan general.
8.
Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales,
particularmente en la agricultura.
9.
Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer
desaparecer gradualmente la diferencia entre la ciudad y el campo.
10.
Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos
en las fábricas tal como se practica hoy, régimen de educación combinado con la
producción material, etc., etc.
Una vez que
en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya
concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder
público perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente,
es la [130] violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en
la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en
clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto
clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción,
suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones
para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por
tanto, su propia dominación como clase.
Enn
sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos
de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno
será la condición del libre desenvolvimiento de todos.
III
LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA
1. Socialismo reaccionario
a) El socialismo feudal
b) El socialismo pequeñoburgués
c) El socialismo alemán o socialismo
"verdadero"
2. El socialismo conservador o burgués
3. El socialismo y el comunismo
crítico-utópico
1. SOCIALISMO REACCIONARIO
a) EL
SOCIALISMO FEUDAL
Por su
posición histórica, la aristocracia francesa e inglesa estaba llamada a escribir
libelos contra la moderna sociedad burguesa. En la revolución francesa de julio
de 1830 y en el movimiento inglés por la reforma parlamentaria [21],
habían sucumbido una vez más bajo los golpes del odiado advenedizo. En adelante
no podía hablarse siquiera de una lucha política seria. No le quedaba más que
la lucha literaria. Pero, también en el terreno literario, la vieja fraseología
de la época de la Restauración [*] [22] había llegado a ser
inaplicable. Para crearse simpatías era menester que la aristocracia aparentase
no tener en cuenta sus propios intereses y que formulara su acta de acusación
contra la burguesía sólo en interés de la clase obrera explotada. Diose de esta
suerte la satisfacción de componer canciones satíricas contra su nuevo amo y de
musitarle al oído profecías más o menos siniestras.
Así es cómo
nació el socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos del
pasado y de amenazas del porvenir. Si alguna vez su crítica amarga, mordaz e
ingeniosa hirió a la burguesía en el corazón, su incapacidad absoluta para
comprender la marcha de la historia moderna concluyó siempre por cubrirlo de
ridículo.
[131]
A guisa de
bandera, estos señores enarbolaban el saco de mendigo del proletario, a fin de
atraer al pueblo. Pero cada vez que el pueblo acudía, advertía que sus
posaderas estaban ornadas con el viejo blasón feudal y se dispersaba en medio
de grandes e irreverentes carcajadas.
Una parte
de los legitimistas franceses [23] y la Joven Inglaterra [24]
han dado al mundo este espectáculo cómico.
Cuando los
campeones del feudalismo aseveran que su modo de explotación era distinto del
de la burguesía, olvidan una cosa, y es que ellos explotaban en condiciones y
circunstancias por completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que
bajo su dominación no existía el proletariado moderno, olvidan que la burguesía
moderna es precisamente un retoño necesario del régimen social suyo.
Disfrazan
tan poco, por otra parte, el carácter reaccionario de su crítica, que la
principal acusación que presentan contra la burguesía es precisamente haber
creado bajo su régimen una clase que hará saltar por los aires todo el antiguo
orden social.
Lo que
imputan a la burguesía no es tanto el haber hecho surgir un proletariado en
general, sino el haber hecho surgir un proletariado revolucionario.
Por eso, en
la práctica política, toman parte en todas las medidas de represión contra la
clase obrera. Y en la vida diaria, a pesar de su fraseología ampulosa, se las
ingenian para recoger los frutos de oro del árbol de la industria y trocar el
honor, el amor y la fidelidad por el comercio en lanas, remolacha azucarera y
aguardiente [*] [25].
Del mismo modo
que el cura y el señor feudal han marchado siempre de la mano, el socialismo
clerical marcha unido con el socialismo feudal.
Nada más
fácil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el
cristianismo no se levantó también contra la propiedad privada, el matrimonio y
el Estado? ¿No predicó en su lugar la caridad y la pobreza, el celibato y la
mortificación de la carne, la vida monástica y la iglesia? El socialismo
cristiano no es más que el agua bendita con que el clérigo consagra el despecho
de la aristocracia.
[132]
b) EL
SOCIALISMO PEQUEÑOBURGUES
La
aristocracia feudal no es la única clase derrumbada por la burguesía, y no es
la única clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van extinguiéndose en
la sociedad burguesa moderna. Los habitantes de las ciudades medievales y el
estamento de los pequeños agricultores de la Edad Media fueron los precursores
de la burguesía moderna. En los países de una industria y un comercio menos
desarrollados esta clase continúa vegetando al lado de la burguesía en auge.
En los
países donde se ha desarrollado la civilización moderna, se ha formado -y, como
parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue formándose sin cesar- una
nueva clase de pequeños burgueses que oscila entre el proletariado y la
burguesía. Pero los individuos que la componen se ven continuamente
precipitados a las filas del proletariado a causa de la competencia, y, con el
desarrollo de la gran industria, ven aproximarse el momento en que
desaparecerán por completo como fracción independiente de la sociedad moderna y
en que serán remplazados en el comercio, en la manufactura y en la agricultura
por capataces y empleados.
En países
como Francia, donde los campesinos constituyen bastante más de la mitad de la
población, era natural que los escritores que defendiesen la causa del
proletariado contra la burguesía, aplicasen a su crítica del régimen burgués el
rasero del pequeño burgués y del pequeño campesino, y defendiesen la causa
obrera desde el punto de vista de la pequeña burguesía. Así se formó el
socialismo pequeñoburgués. Sismondi es el más alto exponente de esta
literatura, no sólo en Francia, sino también en Inglaterra.
Este
socialismo analizó con mucha sagacidad las contradicciones inherentes a las
modernas relaciones de producción. Puso al desnudo las hipócritas apologías de
los economistas. Demostró de una manera irrefutable los efectos destructores de
la maquinaria y de la división del trabajo, la concentración de los capitales y
de la propiedad territorial, la superproducción, las crisis, la inevitable
ruina de los pequeños burgueses y de los campesinos, la miseria del
proletariado, la anarquía en la producción, la escandalosa desigualdad en la
distribución de las riquezas, la exterminadora guerra industrial de las
naciones entre sí, la disolución de las viejas costumbres, de las antiguas
relaciones familiares, de las viejas nacionalidades.
Sin
embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste, bien en su anhelo de
restablecer los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las
antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer
encajar por la fuerza los [133] medios modernos de producción y de cambio en el
marco de las antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que
fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este socialismo es a
la vez reaccionario y utópico.
Para la
manufactura, el sistema gremial; para la agricultura, el régimen patriarcal: he
aquí su última palabra.
En su
ulterior desarrollo esta tendencia ha caído en un marasmo cobarde.
c) EL
SOCIALISMO ALEMAN O SOCIALISMO "VERDADERO"
La
literatura socialista y comunista de Francia, que nació bajo el yugo de una
burguesía dominante, como expresión literaria de la lucha contra dicha
dominación, fue introducida en Alemania en el momento en que la burguesía
acababa de comenzar su lucha contra el absolutismo feudal.
Filósofos,
semifilósofos e ingenios de salón alemanes se lanzaron ávidamente sobre esta
literatura, pero olvidaron que con la importación de la literatura francesa no
habían sido importadas a Alemania, al mismo tiempo, las condiciones sociales de
Francia. En las condiciones alemanas, la literatura francesa perdió toda
significación práctica inmediata y tomó un carácter puramente literario. Debía
parecer más bien una especulación ociosa sobre la realización de la esencia
humana. De este modo, para los filósofos alemanes del siglo XVIII, las
reivindicaciones de la primera revolución francesa no eran más que
reivindicaciones de la "razón práctica" en general, y las
manifestaciones de la voluntad de la burguesía revolucionaria de Francia no
expresaban a sus ojos más que las leyes de la voluntad pura, de la voluntad tal
como debía ser, de la voluntad verdaderamente humana.
Toda la
labor de los literatos alemanes se redujo exclusivamente a poner de acuerdo las
nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, más exactamente,
a asimilarse las ideas francesas partiendo de sus propias opiniones
filosóficas.
Y se las
asimilaron como se asimila en general una lengua extranjera: por la traducción.
Se sabe
cómo los frailes superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas del
antiguo paganismo las absurdas descripciones de la vida de los santos
católicos. Los literatos alemanes procedieron inversamente con respecto a la
literatura profana francesa. Deslizaron sus absurdos filosóficos bajo el
original francés. Por ejemplo: bajo la crítica francesa de las funciones del
dinero, escribían: "enajenación de la esencia humana"; bajo la crítica
francesa del Estado burgués, decían: "eliminación del poder de lo
universal abstracto", y así sucesivamente.
[134]
A esta
interpolación de su fraseología filosófica en la crítica francesa le dieron el
nombre de "filosofía de la acción", "socialismo verdadero",
"ciencia alemana del socialismo", "fundamentación filosófica del
socialismo", etc.
De esta
manera fue completamente castrada la literatura socialista-comunista francesa.
Y como en manos de los alemanes dejó de ser expresión de la lucha de una clase contra
otra, los alemanes se imaginaron estar muy por encima de la "estrechez
francesa" y haber defendido, en lugar de las verdaderas necesidades, la
necesidad de la verdad, en lugar de los intereses del proletariado, los
intereses de la esencia humana, del hombre en general, del hombre que no
pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe más que en el
cielo brumoso de la fantasía filosófica.
Este
socialismo alemán, que tomaba tan solemnemente en serio sus torpes ejercicios
de escolar y que con tanto estrépito charlatanesco los lanzaba a los cuatro
vientos, fue perdiendo poco a poco su inocencia pedantesca.
La lucha de
la burguesía alemana, y principalmente de la burguesía prusiana, contra los
feudales y la monarquía absoluta, en una palabra, el movimiento liberal,
adquiría un carácter más serio.
De esta
suerte, ofreciósele al "verdadero" socialismo la ocasión tan deseada
de contraponer al movimiento político las reivindicaciones socialistas, de
fulminar los anatemas tradicionales contra el liberalismo, contra el Estado
representativo, contra la concurrencia burguesa, contra la libertad burguesa de
prensa, contra el derecho burgués, contra la libertad y la igualdad burguesas y
de predicar a las masas populares que ellas no tenían nada que ganar, y que más
bien perderían todo en este
movimiento burgués. El socialismo alemán olvidó muy a propósito que la crítica
francesa, de la cual era un simple eco insípido, presuponía la sociedad
burguesa moderna, con las correspondientes condiciones materiales de vida y una
constitución política adecuada, es decir, precisamente las premisas que todavía
se trataba de conquistar en Alemania.
Para los
gobiernos absolutos de Alemania, con su séquito de clérigos, de mentores, de
hidalgos rústicos y de burócratas, este socialismo se convirtió en un espantajo
propicio contra la burguesía que se levantaba amenazadora.
Formó el
complemento dulzarrón de los amargos latigazos y tiros con que esos mismos
gobiernos respondían a los alzamientos de los obreros alemanes.
Si el
"verdadero" socialismo se convirtió de este modo en una arma en manos
de los gobiernos contra la burguesía alemana, representaba además,
directamente, un interés reaccionario, el interés del pequeño burgués alemán.
La pequeña burguesía, legada [135] por el siglo XVI, y desde entonces renacida
sin cesar bajo diversas formas, constituye para Alemania la verdadera base
social del orden establecido.
Mantenerla
en conservar en Alemania el orden establecido. La supremacía industrial y
política de la burguesía le amenaza con una muerte cierta: de una parte, por la
concentración de los capitales, y de otra por el desarrollo de un proletariado
revolucionario. A la pequeña burguesía le pareció que el "verdadero"
socialismo podía matar los dos pájaros de un tiro. Y éste se propagó como una
epidemia.
Tejido con
los hilos de araña de la especulación, bordado de flores retóricas y bañado por
un rocío sentimental, ese ropaje fantástico en que los socialistas alemanes
envolvieron sus tres o cuatro descarnadas "verdades eternas", no hizo
sino aumentar la demanda de su mercancía entre semejante público.
Por su
parte, el socialismo alemán comprendió cada vez mejor que estaba llamado a ser
el representante pomposo de esta pequeña burguesía.
Proclamó
que la nación alemana era la nación modelo y el mesócrata alemán el hombre
modelo. A todas las infamias de este hombre modelo les dio un sentido oculto,
un sentido superior y socialista, contrario a lo que era en realidad. Fue
consecuente hasta el fin, manifestándose de un modo abierto contra la tendencia
"brutalmente destructiva" del comunismo y declarando su imparcial
elevación por encima de todas las luchas de clases. Salvo muy raras
excepciones, todas las obras llamadas socialistas y comunistas que circulan en
Alemania pertenecen a esta inmunda y enervante literatura [*].
2. EL SOCIALISMO CONSERVADOR O BURGUES
Una parte
de la burguesía desea remediar los males sociales con el fin de consolidar la
sociedad burguesa.
A esta
categoría pertenecen los economistas, los filántropos, los humanitarios, los
que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los organizadores
de la beneficencia, los protectores de animales, los fundadores de las
sociedades de templanza, los reformadores domésticos de toda laya. Y hasta se
ha llegado a elaborar este socialismo burgués en sistemas completos.
[136]
Citemos
como ejemplo la "Filosofía de la miseria", de Proudhon.
Los
burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad
moderna sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren
perpetuar la sociedad actual sin los elementos que la revolucionan y
descomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es
natural, se representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos.
El socialismo burgués hace de esta representación consoladora un sistema más o
menos completo. Cuando invita al proletariado a llevar a la práctica su sistema
y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle
a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa
que se ha formado de ella.
Otra forma
de este socialismo, menos sistemática, pero más práctica, intenta apartar a los
obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándoles que no es tal o cual
cambio político el que podrá beneficiarles, sino solamente una transformación
de las condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas. Pero, por
transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende,
en modo alguno, la abolición de las relaciones de producción burguesas —lo que
no es posible más que por vía revolucionaria—, sino únicamente reformas
administrativas realizadas sobre la base de las mismas relaciones de producción
burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones entre el capital y el
trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los casos, para
reducirle a la burguesía los gastos que requiere su domino y para simplificarle
la administración de su Estado.
El
socialismo burgués no alcanza su expresión adecuada sino cuando se convierte en
simple figura retórica.
¡Libre
cambio, en interés de la clase obrera! ¡Aranceles protectores, en interés de la
clase obrera! ¡Prisiones celulares, en interés de la clase obrera! He ahí la
última palabra del socialismo burgués, la única que ha dicho seriamente.
El
socialismo burgués se resume precisamente en esta afirmación: los burgueses son
burgueses en interés de la clase obrera.
3. EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO
CRITICO-UTOPICOS
No se trata
aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas ha
formulado las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etc.).
Las
primeras tentativas directas del proletariado para hacer prevalecer sus propios
intereses de clase, realizadas en tiempos de [137] efervescencia general, en el
período del derrumbamiento de la sociedad feudal, fracasaron necesariamente,
tanto por el débil desarrollo del mismo proletariado como por la ausencia de
las condiciones materiales de su emancipación, condiciones que surgen sólo como
producto de la época burguesa. La literatura revolucionaria que acompaña a
estos primeros movimientos del proletariado es forzosamente, por su contenido,
reaccionaria. Preconiza un ascetismo general y un burdo igualitarismo.
Los
sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de
Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., hacen su aparición en el período
inicial y rudimentario de la lucha entre el proletariado y la burguesía,
período descrito anteriormente. (Véase "Burgueses y proletarios").
Los
inventores de estos sistemas, por cierto, se dan cuenta del antagonismo de las
clases, así como de la acción de los elementos destructores dentro de la misma
sociedad dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna
iniciativa histórica, ningún movimiento político propio.
Como el
desarrollo del antagonismo de clases va a la par con el desarrollo de la
industria, ellos tampoco pueden encontrar las condiciones materiales de la
emancipación del proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social, de
unas leyes sociales que permitan crear esas condiciones.
En lugar de
la acción social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en lugar de
las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; en
lugar de la organización gradual del proletariado en clase, una organización de
la sociedad inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce para
ellos a la propaganda y ejecución práctica de sus planes iniciales.
En la confección
de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los
intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El proletariado
no existe para ellos sino bajo el aspecto de la clase que más padece.
Pero la
forma rudimentaria de la lucha de clases, así como su propia posición social,
les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean
mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad incluso de
los más privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin
distinción, e incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque
basta con comprender su sistema, para reconocer que es el mejor de todos los
planes posibles de la mejor de todas las sociedades posibles.
Repudian,
por eso, toda acción política, y en particular, toda acción revolucionaria; se
proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir camino al
nuevo evangelio social [138] valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio de
pequeños experimentos, que, naturalmente, fracasan siempre.
Estas
fantásticas descripciones de la sociedad futura, que surgen de una época en que
el proletariado, todavía muy poco desarrollado, considera aún su propia
situación de una manera también fantástica, provienen de las primeras
aspiraciones de los obreros, llenas de profundo presentimiento, hacia una
completa transformación de la sociedad.
Mas estas
obras socialistas y comunistas encierran también elementos críticos. Atacan
todas las bases de la sociedad existente. Y de este modo han proporcionado
materiales de un gran valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas
referentes a la sociedad futura, tales como la supresión del contraste entre la
ciudad y el campo, la abolición de la familia, de la ganancia privada y del
trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social y la transformación
del Estado en una simple administración de la producción; todas estas tesis no
hacen sino enunciar la eliminación del antagonismo de clase, antagonismo que
comienza solamente a perfilarse y del que los inventores de sistemas no conocen
todavía sino las primeras formas indistintas y confusas. Así, estas tesis
tampoco tienen más que un sentido puramente utópico.
La
importancia del socialismo y del comunismo crítico-utópicos está en razón
inversa al desarrollo histórico. A medida que la lucha de clases se acentúa y
toma formas más definidas, el fantástico afán de ponerse por encima de ella,
esa fantástica oposición que se le hace, pierde todo valor práctico, toda
justificación teórica. He ahí por qué si en muchos aspectos los autores de
estos sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas por sus discípulos son
siempre reaccionarias, pues se aferran a las viejas concepciones de sus
maestros, a pesar del ulterior desarrollo histórico del proletariado. Buscan,
pues, y en eso son consecuentes, embotar la lucha de clases y conciliar los
antagonismos. Continúan soñando con la experimentación de sus utopías sociales;
con establecer falansterios aislados, crear home-colonies
en sus países o fundar una pequeña Icaria [*], edición en dozavo de
la nueva Jerusalén. Y para la construcción de todos estos castillos en el aire
se ven forzados a apelar a la filantropía de los corazones y de los [139]
bolsillos burgueses. Poco a poco van cayendo en la categoría de los socialistas
reaccionarios o conservadores descritos más arriba y sólo se distinguen de
ellos por una pedantería más sistemática y una fe supersticiosa y fanática en
la eficacia milagrosa de su ciencia social.
Por eso se
oponen con encarnizamiento a todo movimiento político de la clase obrera, pues
no ven en él sino el resultado de una ciega falta de fe en el nuevo evangelio.
Los
owenistas, en Inglaterra, reaccionan contra los cartistas, y los fourieristas,
en Francia, contra los reformistas [26].
NOTAS
[21] 57. Se alude al movimiento en pro de la reforma
electoral que, bajo la presión de las masas, fue adoptada por la Cámara de los
Comunes en 1831 y aprobada definitivamente por la Cámara de los Lores en junio
de 1832. La reforma iba dirigida contra el monopolio político de la
aristocracia agraria y financiera y abría las puertas del parlamento a la
burguesía industrial. El proletariado y la pequeña burguesía, que constituían
la fuerza principal de la lucha por la reforma, se vieron defraudados por la
burguesía liberal y no lograron el derecho al sufragio.- 130
[*] Nota de Engels a la edición inglesa de 1888:
"No se trata aquí de la Restauración inglesa de 1660-1689, sino de la
francesa de 1814-1830"
[22] 58. La restauración
de 1660 a 1689: período del segundo reinado de la dinastía de los Estuardos
en Inglaterra, derrocada por la revolución burguesa de este país en el siglo
XVII.
La restauración de 1814 a 1830: período del segundo reinado de los
Borbones en Francia. El régimen reaccionario de los Borbones, que representaba
los intereses de la corte y los clericales, fue derrocado por la revolución de
julio de 1830.- 130
[23] 59. Legitimistas:
partidarios de la dinastía «legítima» de los Borbones, derrocada en 1830, que
representaba los intereses de la gran propiedad territorial. En la lucha contra
la dinastía reinante de los Orleáns (1830-1848), que se apoyaba en la
aristocracia financiera y en la gran burguesía, una parte de los legitimistas
recurría a menudo a la demagogia social, haciéndose pasar por defensores de los
trabajadores contra los explotadores burgueses.- 131, 216, 319
[24] 60. La «Joven
Inglaterra»: grupo de políticos y literatos ingleses pertenecientes al
partido de los tories; se constituyó a comienzos de los años 40 del siglo XIX.
Al expresar el descontento de la aristocracia terrateniente por el crecimiento
del poderío económico y político de la burguesía, los miembros del grupo de la
«Joven Inglaterra» empleaban procedimientos demagógicos para someter a su
influencia a la clase obrera y utilizarla en su propia lucha contra la
burguesía.- 131
[*] Nota de Engels en la edición inglesa de 1888:
"Esto se refiere en primer término a Alemania, donde los terratenientes
aristócratas y los junkers cultivan por cuenta propia gran parte de sus tierras
con ayuda de administradores, y poseen, además, grandes fábricas de azúcar de
remolacha y destilerías de alcohol. Los más acaudalados aristócratas británicos
todavía no han llegado a tanto; pero también ellos saben cómo pueden compensar
la disminución de la renta, cediendo sus nombres a los fundadores de toda clase
de sociedades anónimas de reputación más o menos dudosa".
[25] 61. Los junkers:
en el sentido estricto de la palabra son la aristocracia terrateniente de
Prusia Oriental; en el lato sentido, la clase de los terratenientes alemanes.-
131
[*] Nota de Engels a la edición alemana de 1890:
"La tormenta revolucionaria de 1848 barrió esta miserable escuela y ha
quitado a sus partidarios todo deseo de seguir haciendo socialismo. El
principal representante y el tipo clásico de esta escuela es el señor Karl Grün".
[*] Nota de Engels a la edición inglesa de 1888: "Falansterios se llamaban las colonias
socialistas proyectadas por Carlos Fourier. Icaria era el nombre dado por Cabet a su país utópico y más tarde a
su colonia comunista en América".
Nota de Engels a la edición
alemana de 1890: "Owen llamó a sus sociedades comunistas modelo home-colonies (colonias interiores). El
falansterio era el nombre de los palacios sociales proyectados por Fourier.
Llamábase Icaria el país fantástico-utópico, cuyas instituciones comunistas
describía Cabet".
[26] 62. Se trata de los republicanos pequeñoburgueses y
socialistas pequeñoburgueses, partidarios del periódico francés "La
Réforme", que se publicó en París entre 1843 y 1850.
IV
ACTITUD DE LOS COMUNISTAS ANTE
LOS DIFERENTES PARTIDOS DE OPOSICION
Después de
lo dicho en el capítulo II, la actitud de los comunistas respecto de los
partidos obreros ya constituidos se explica por sí misma, y por tanto su
actitud respecto de los cartistas de Inglaterra y los partidarios de la reforma
agraria en América del Norte.
Los
comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase
obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual,
el porvenir de ese movimiento. En Francia, los comunistas se suman al Partido
Socialista Democrático [*] contra la burguesía conservadora y radical,
sin renunciar, sin embargo, al derecho de criticar las ilusiones y los tópicos
legados por la tradición revolucionaria.
En Suiza
apoyan a los radicales, sin desconocer que este partido se compone de elementos
contradictorios, en parte de socialistas demócratas al estilo francés, en parte
de burgueses radicales.
Entre los
polacos, los comunistas apoyan al partido que ve en una revolución agraria la
condición de la liberación nacional; [140] es decir, al partido que provocó en
1846 la insurrección de Cracovia [27].
En
Alemania, el Partido Comunista lucha al lado de la burguesía, en tanto que ésta
actúa revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad
territorial feudal y la pequeña burguesía reaccionaria.
Pero jamás,
en ningún momento, se olvida este partido de inculcar a los obreros la más
clara conciencia del antagonismo hostil que existe entre la burguesía y el
proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de inmediato
las condiciones sociales y políticas que forzosamente ha de traer consigo la
dominación burguesa en otras tantas armas contra la burguesía, a fin de que,
tan pronto sean derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience
inmediatamente la lucha contra la misma burguesía.
Los
comunistas fijan su principal atención en Alemania, porque Alemania se halla en
vísperas de una revolución burguesa y porque llevará a cabo esta revolución
bajo condiciones más progresivas de la civilización europea en general, y con
un proletariado mucho más desarrollado que el de Inglaterra en el siglo XVII y
el de Francia en el siglo XVIII, y, por lo tanto, la revolución burguesa alemana
no podrá ser sino el preludio inmediato de una revolución proletaria.
En resumen,
los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el
régimen social y político existente.
En todos
los movimientos ponen en primer término, como cuestión fundamental del
movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o
menos desarrollada que ésta revista.
En fin, los
comunistas trabajan en todas partes por la unión y el acuerdo entre los
partidos democráticos de todos los países.
Los
comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman
abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la
violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar
ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en
ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.
¡ PROLETARIOS DE TODOS LOS PAISES, UNIOS !
Escrito por
C. Marx y F. Engels Se publica de acuerdo con el
en
diciembre de 1847- texto de la edición alemana
enero de
1848. de 1890.
Publicado
por primera vez Traducido del alemán.
en folleto
aparte en alemán
en Londres,
en febrero de 1848.
NOTAS
[*] Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888:
"Este partido estaba representando en el parlamento por Ledru-Rollin, en
la literatura por Luis Blanc y en la prensa diaria por "La Réforme".
El nombre de Socialista Democrático significaba, en boca de sus inventores, la
parte del Partido Democrático o Republicano que tenía un matiz más o menos
socialista".
Nota de F. Engels a la
edición alemana de 1890: "Lo que se llamaba entonces en Francia el Partido
Socialista Democrático estaba representado en política por Ledru-Rollin y en la
literatura por Luis Blanc; hallábase, pues, a cien mil leguas de la
socialdemocracia alemana de nuestro tiempo".
[27] 64. En febrero de 1846 se preparaba la insurrección
en las tierras polacas para conquistar la emancipación nacional de Polonia. Los
iniciadores principales de la insurrección eran los demócratas revolucionarios
polacos (Dembowski y otros). Pero, debido a la traición de los elementos de la
nobleza y la detención de los dirigentes de la sublevación por la policía
prusiana, la sublevación general fue frustrada, produciéndose únicamente
algunos estallidos revolucionarios sueltos. Sólo en Cracovia, sometida desde
1815 al control conjunto de Austria, Rusia y Prusia, los insurgentes lograron
el 22 de febrero obtener la victoria y formar un Gobierno nacional que publicó
un manifiesto sobre la abolición de las cargas feudales. La insurrección de
Cracovia fue aplastada a comienzos de marzo de 1846. En noviembre de este mismo
año, Austria, Prusia y Rusia firmaron un acuerdo de incorporación de Cracovia
al Imperio austríaco.- 140, 213.
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